"Efectivamente , las tres colinas sobre las que nace en Europa (Acrópolis, Capitolio y Gólgota) dieron luz a lo que se ha llamado la filosofía del sentido común, ese milagro natural griego, fecundado por la revelación judeocristiana, que aportó a Europa las ideas básicas que durante siglos han nutrido sus raíces. Me refiero a la libertad y dignidad de la persona humana, la instauración de un orden laico de la vida en el cual todos los hombres puedan vivir y buscar la verdad, la valoración del trabajo, el sentido de la trascendencia, el monoteísmo que, al eliminar del cosmos a los dioses, dio vía libre a la empresa de su conocimiento científico. Además, todas las conquistas jurídicas modernas identificadas con la regla áurea “considera al otro como fin y no como medio”, son de matriz cristiana auténtica, desde los principios de respeto a cada hombre singular que están en la bas e del liberalismo hasta la inspiración solidaria que late en los socialismos modernos, siempre que se los considere purificados de sus desviaciones colectivistas o totalitarias.
El menosprecio de esta cultura cristiana, es más, la tendencia del relativismo positivista a verla como subcultura, fue brillantemente criticada por el Papa comparándola con “los edificios de cemento armado sin ventanas, en los que logramos el clima y la luz por nosotros mismos, y sin querer recibir ya ambas cosas del gran mundo de Dios … Es necesario volver a abrir las ventanas, hemos de ver nuevamente la inmensidad del mundo, el cielo y la tierra, y aprender a usar todo esto de modo justo”.
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